Fernando Landaburu, con tal de tener una líneas de prensa apela a sus socios de negocios para mostrar una realidad que no existe dentro de la UCR de Avellaneda y que para quienes conocen las internas que tienen solo producen risa.
Destaca en una publicación lo siguiente:
Pudimos disfrutar de dos obras teatrales cortas, de los escritores Aída Bornik y Roberto Cossa.
La actividad se desarrollo en el Comité de Distrito de la UCR de Avellaneda, Belgrano 732.
Felicitaciones a todo el equipo de UCR Diversidad Avellaneda por la convocatoria y por realizar estas tan interesantes actividades culturales.
En este caso se recordaron las jornadas de Teatro Abierto llevadas adelante en el año 1981, durante la dictadura, desafiando la censura y el oscurantismo de aquel momento.
Se sabe que Landaburu es un experto en vender humo y único en el arte del engaño en todos los ámbitos, por eso a nadie extraña que su puesta en escena sea mejor que la de las obras teatrales que distan mucho de ser algo serio.
Agradece a los que concurrieron que son los mismos que siempre lo acompañan, es decir, hace un autobombo de algo que supongamos disfrutaron ellos mismos, algo así como un acto masturbatorio, son las mismas personas que fueron duramente cuestionadas por una militante de la que se burlaron y no mostraron una conducta inclusiva, son los mismos que por ejemplo dejaron a un hermano en la calle apropiándose de una vivienda en Sarandí que debió ser repartida entre los hermanos como herencia, pero no lo hicieron, son los mismos que entre dirigentes mujeres se critican a sus espaldas incluso mencionando como algo malo la elección sexual de la otra.
Son los mismos radicales que apoyan un gobierno que no tiene problema alguno en criticar e ir contra todo tipo de inclusión o diversidad y fomenta los discursos de odio. Son los mismos que se abrazan para la foto y después se destrozan con internas donde no dejan muerto por sacar.
Fernando Landaburu y su entorno representan la decadencia de la UCR local y eso no se supera montando obras del tipo escolar.
Por Marcelo Ricardo Hawrylciw
