Marlene Wayar tuvo una época en que se prostituyó. Ya no. Allí conoció lo peor de lo peor: el negocio de la Comisaría 25, la violencia a sus compañeras y hasta un perro de presa vestido de azul que ya no le prestaba atención a su jefe.
Una noche estábamos con Nadia Echazú, nuestra dirigente más importante en ese momento, en Godoy Cruz, donde trabajábamos siempre -la Zona Roja, antes de ser movida para los Bosques de Palemo-. De pronto, se paró un patrullero, se bajaron los canas y directamente fueron a ella y la gasearon. Escuché sus gritos, pero se vinieron para mí y también me gasearon, a pesar de que yo ni me resistí. Nos llevaron a la esquina, a una furgoneta en las que había otras tres chicas también atacadas.
Yo ahí ni sabía qué pasaba, no veía nada.
Estábamos en plena lucha contra la reinstalación de los Códigos Contravencionales del Código de Convivencia.
Nos llevaron a la Comisaría 25 en Scalabrini Ortíz y Gorriti; y nos fueron bajando de a una. Yo al no ver nada, lo único que podía hacer era escuchar: oía las puertas que se abrían, los gritos de las chicas que se llevaban y por último los tumbos, los golpes. Yo fui la última. Cuando llegó mi turno, estaban como medio cansados y como ya se habían cebado con las otras, me llevaron al patio directamente. No sé cuánto estuvimos ahí tirados, una hora. De las zonas de los calabozos de los incomunicados venían los gritos de Nadia y ruidos de golpes secos: de cuerpo contra la pared, contra el piso… y la voz de Nadia que se iba apagando. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Cada tanto, pasaba el chabón que estaba a cargo del operativo y nos gritoneaba cualquier cosa: estábamos sentadas, nos decía “acuéstense”, estábamos acostadas y nos gritaba “siéntense, putos de mierda”; cada vez que pasaba era algo para demostrar “yo estoy acá, hagan lo que yo digo”. Y ya no podíamos hablar de qué le pasaba a Nadia, solo nos mirábamos. En la 25 habían cambiado de encargado de los temas de la calle y por eso llegó este tipo, pero la verdad nunca tuve memoria para poder recordar a los policías que nos hicieron eso. Cuando las chicas me preguntaban cómo era, no sabía que decirles, porque con una descripción ellas ya podían sacar quién era. Sabían todo: nombres, horarios, cargos. Una cuestión de supervivencia tremenda.
No podía recordar cómo eran los botones, si eran altos o bajos, con bigote, sin bigote.
El chabón este estaba haciendo el pavoneo que empezaba la nueva era, su nueva era de control callejero, porque el comisario le había dejado el trato a él. La Comisaría 25 había cambiado mucho, pasando de ser la número uno de Buenos Aires, donde todos querían estar ahí porque dejaba mucho dinero a los policías por las coimas que pagábamos nosotras. Pendejos recién recibidos que estaban en la calle se hacían viajes por Miami con nuestra plata. Finalmente cuando el grueso de los policías se fue para adelante, pasó el Comisario y dijo: “Este es un anuncio para policías y travestis: acá se termina todo”. Se está yendo, no alcanza a salir del patio, que viene este tipo, le pega en los pies a una de las chicas y nos empieza a bardear. El comisario se dio vuelta y repitió “acá terminó todo”, pero el tipo me mira a mí, me encara y empieza a decirme de todo sin importarle un soto lo que decía el comisario. El comisario no entendía cómo funcionaba su propio perro asesino, no estaba entendiendo que ya no tenía autoridad sobre él. A mí no se me movía un músculo, no quería que me hiciesen nada. Entonces el tipo me dijo “vos sos la otra” y me empezó a hacer preguntas. Yo respondía “sí” o “no” con la cabeza. Tenía miedo de hacer cualquier cosas que le molestara y me hiciesen mierda. Por último, el chabón me dijo “ya estoy cansado de pegarle a esa bosta de Nadia, la verdad que no quiero hacer más nada esta noche, pero se me llenó el borcego de mierda”, me puso el borcego en la cara y me tiró: “limpiámelo con la lengua”. Y yo lo hice. “Así me gusta”, soltó y se fue.
Después de esto empecé a entender muchas cosas. Cuando vivía en un hotel tomado por Araoz y Jufré, un día intrascendente salí y había un tipo parado que hacía de sereno en la casa de al lado que estaba en remodelación. Era de uno de esas personas que se prestaban para hablar, porque estaba solo y aburrido. El tipo era muy fanfarrón y con un poco de alcohol encima me contó que era policía. Lo que me pareció bastante significativo: no es cualquier cosa un sereno que es policía. Pero para que siguiera hablando le preguntaba boludeces hasta que le saqué por qué estaba ahí. Dijo que esa era la casa de un comisario y que él estaba ahí a modo de penalización, escondido realmente, porque se había echado un moco en la comisaría. Pero escondido porque, si bien el comisario le estaba bajando la caña, a la vez lo necesitaba ya que él le había hecho muchos trabajos sucios. Dejó entrever que era uno de los asesinos de la policía: si necesitaban bajar a alguien, él era el indicado.
Con estas dos experiencias vi que era cierto como estos personajes, que habían tenido la capacitación y la vía libre del Proceso, se habían quedado sin la posibilidad del ejercicio de la violencia, de sentir la adrenalina por el control del otro. Me di cuenta de la dimensión del problema, con quiénes estábamos hablando: con un comisario que había llegado ahí por pelotudo y chupamedias, pero sabía cómo trabajar. Cuando le empezamos a ganar la zona, trajo a este asesino que nos humilló a todas, que habrá venido de cualquier lugar del país para limpiar todos los problemas que le estábamos dando.
Lo más importante es que la gente se dé cuenta que estamos en dictadura desde el momento en que nos sacan de los pelos de una casas. A la gente no le importa o lo justifica o sale a decir algo para que el policía se calme un poco, pero no tenemos el poder o la potestad para decirle a la policía cómo debe hacer las cosas. Y esta policía no es la policía democrática…Te digo la verdad no tenemos por qué nosotras comernos el problema de que hay vecinos de que no saben cómo trabajan sus fuerzas y nosotros no ser vistas como vecinas. Nosotras sí somos vecinas y tenemos que meternos en cómo la policía actúa. Ponele que nos lleve 250 años en desenmarañar el tema de la prostitución, el uso del espacio público, el no uso del espacio público y demás, pero en ese ínterin esta policía no puede mantenerse.
Hoy la relación de la policía y la prostitución es un poco diferente. Es un como un mapa que va desde las capitales hacia el interior, desde las grandes ciudades donde el problema es menor, aumentando conforme te vas alejando. Lo que ha bajado si es la violencia pero sigue la estructura de la coima de plata y sexual, y estas cosas más rabiosas están puestas en aquellas personas migrantes con alguna situación irregular en sus papeles. Lo que más les conviene es coimear, quedarse quietitas, ya que no tienen tiempo para perder: tienen que mandar plata para sus países, tienen que pagar esos hoteluchos de mierda en los que viven. Es como las cajas chinas, vos abrís y descubrís nuevos sujetos vulnerables.
Muchas cosas han cambiado, aunque a distintos niveles. Por ejemplo, la gente que viene de afuera naturaliza esto y piensa que acá la vida es increíble. En Venezuela, la policía y la gente que está en la calle es un problema, porque van y directamente les disparan. Tenemos una compañera que vino de allá y está toda baleada. Entonces al venir acá, un cana les pide plata y les parece que es el paraíso. Son diferentes niveles evolutivos de dinámicas sociales, donde por supuesto Argentina se sitúa como el paraíso, y quienes vivimos en las capitales tenemos diferencias respecto a lo que les puede suceder a las chicas, por ejemplo, en Chaco. Ahí, que te matan a tu padre porque es Qom y se atrevió a mirar a los ojos con furia al jefe. Imaginate ser Qom y además trava. Cierro el orto, no decís nada. Lo mismo con chicas que vivieron en familias de trabajadores golondrina, donde fueron tratadas toda su vida de la misma manera que el ganado o las herramientas. Por eso que después se someten a aprietes de este estilo.
Entonces, es una situación difícil la del progresismo, porque como estamos progresando eso provoca mucha inacción, mucha calma, mucho “bueno, estamos en negociación”. Pero no nos indignamos, no vamos caminando hacia donde está el cadáver en medio de la sociedad. Hay mucho de conformismo y hay paliativos como el clonazepan y el facebook. Entonces vos ponés la foto de una trava asesinada y todos te ponen “me gusta”. Se toman el clonazepan y listo: “Ya milité, ya puse me gusta en facebook”, pero, ¿cómo le decís a esa gente que eso no es suficiente? Es bastante terrible darte cuenta de la magnitud de las cosas, la dinámica permanente de las estructuras. En Córdoba, la policía está tranquila, no te pega pero no te permite sacar el Código Contravencional, a la vez que la sociedad permite por ejemplo que no se deje usar gorritas con visera. Un pibe no puede tener gorra con visera porque va presa o tiene que hacer trabajo comunitario. Pero a la primera de cambio, la policía vuelve con más violencia, y no sabés en qué magnitud ni contra quienes.