Un año, doce meses, 365 días, 8760 horas, una ausencia que parece infinita, salvo cuando el recuerdo pone una pausa a esta necesidad encontrarte, de charlar, de contarnos algo, o incluso de discutir al defender cada uno sus ideas.
Una vida nos llevó madurar los sentimientos, aceptar que cada uno tiene su vida y como muchos la vive como puede, la pelea con todo lo que tiene y da muchas veces más de lo que recibe, porque es eso en esencia la familia, un tratar de que la ecuación cierre, un saber ceder y defender, pero cuidando al otro, porque eso es la familia, un estar unidos, a pesar de las diferencias, a pesar de los egos, a pesar de los errores y a pesar de los rencores.
Aprendí a quererte desde la distancia, a comprenderte a medida que crecía y la vida me iba golpeando, aprendí a que mi respeto y el honor fueron tu orgullo, que a pesar de las diferencias teníamos mucho en común.
Sé que cada momento de mi vida tiene tu presencia, que mi mejor homenaje es no doblegarme, que puedo ser un león para defender a quienes quiero, sin que eso impida decir que me faltaron más momentos.
Más momentos para compartir, más momentos para llenarme de recuerdos.
Gracias por elegir ser padre, gracias por seguir y apostar a la familia, por disfrazarte de ogro para parecer fuerte, gracias por la madre que elegiste, gracias por tantos momentos inolvidables y hasta gracias por esos momentos que eran necesarios para crecer, porque la vida nos golpea y no se sobrevive sino se aprende a caer, para volverse a parar.
Que hoy y siempre Dios te brinde paz, que esta pausa nos prepare para el reencuentro donde volvamos a ser una familia completa y poder mirarnos a los ojos.