Las estadísticas dada señalan que 1 de cada 3 hipertensos de grado severo puede tener un ACV en los próximos 5 años si no es tratado adecuadamente. En el mundo desarrollado, constituyen la primera causa de discapacidad.
Una de cada tres personas con grado severo de hipertensión arterial, mal que afecta a más de un tercio de los argentinos, puede sufrir un accidente cerebrovascular (ACV) en los próximos cinco años si no se trata, según lo destacaron los especialistas.
Esta es la primera causa de discapacidad en países desarrollados según la Organización Mundial de la Salud (OMS), y sus consecuencias dependen del área afectada, pero en casi todos los sobrevivientes hay rehabilitación posible.
El ACV, infarto cerebral o stroke, tema médico que suscita el mayor interés debido a los casos de personalidades públicas que actualmente lo están atravesando, es la interrupción de la irrigación cerebral, producida por el taponamiento o la rotura de una arteria, y que puede alterar de manera transitoria o permanente las funciones del sistema nervioso central o incluso causar la muerte.
Contrariamente a lo que su nombre parece sugerir, un ACV no es un acontecimiento fortuito ni excepcional: en Argentina ocurre un caso cada 4 minutos -dos por cada hora son fatales-, y está íntimamente ligada a la hipertensión arterial, condición que según la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo afecta al 34,4 por ciento de los argentinos mayores de 18 años.
«La estadística dada por estudios clínicos asegura que 1 de cada 3 hipertensos de grado severo puede tener un ACV en los próximos 5 años si no es tratado adecuadamente», destacó Moisés Schapira, Director Médico de Hirsch, Centro de Excelencia para Adultos Mayores y Rehabilitación.
En el mundo desarrollado, las consecuencias no fatales de ACV son la primera causa de discapacidad.
La Organización Mundial de la Salud estima en general que un tercio de los casos son fatales, y otro tercio de los afectados sufre algún tipo de discapacidad permanente.
En este sentido, según indicó Schapira, «las tendencias en rehabilitación hoy están cambiando para responder a esas necesidades».
«Así como en algún momento se ponía el énfasis en la discapacidad, hoy la recuperación se basa en la función, es decir, en aquellas cosas que la persona sí puede hacer», indicó el especialista.
Además, desde esta perspectiva, sostuvo que en la actualidad «un ACV tiene casi siempre posibilidades de rehabilitación».
La rehabilitación es una especialidad del área de la salud en la que se busca devolver a las personas sus capacidades, su bienestar y su autonomía cuando han sufrido un importante trauma físico o cognitivo, o cuando un período prolongado de reposo lo ha llevado a perder ciertas capacidades.
El ACV puede ser isquémico o hemorrágico, según se produzca por trombosis, embolia o «taponamiento» de una de las arterias que irrigan el cerebro, o por rotura de un vaso, respectivamente.
La predisposición a padecer, ACV embólico, explica Schapira suele estar asociada a cardiopatías tales como problemas valvulares (enfermedad mitral), arritmias y a agrandamiento de la aurícula izquierda.
Y en casi todas las edades, el riesgo de tener un ACV depende en general de los conocidos factores de riesgo cardiovasculares, como la diabetes, el sobrepeso, el tabaquismo, la dislipidemia, descontrol del colesterol y sobre todo la hipertensión arterial.
«A mayor presión arterial, mayor riesgo de ACV», subrayó el especialista, quien especificó que en los hipertensos de grado más leve, con valores menores a 139/89 mmHg, uno de cada 450 tendrá un ACV en los próximos 5 años de no ser tratado, pero en hipertensos de grado 4 con más de 170/130 mmHg esa proporción se eleva, como se dijo, a uno de cada tres.
Las isquemias transitorias son en realidad el ejemplo más benigno de un ACV, porque los síntomas en general desaparecen sin dejar secuela alguna.
Luego, las consecuencias y posibilidades de rehabilitación de un ACV van a depender de la zona afectada.
«El cerebro es como un mapa donde cada área tiene funciones diferentes, por eso las consecuencias van a depender del sitio afectado y de la magnitud del área comprometida», explicó Schapira.
De esta forma, una afectación del llamado lóbulo parietal podrá implicar trastornos de la memoria, dificultades para mover los miembros opuestos al hemisferio afectado o una ataxia no saber dónde colocó la pierna, por ejemplo).
Hay también infartos cerebrales tan pequeños que no dan ningún tipo de síntomas, y otros que aún afectando un área pequeña, son llamados infartos estratégicos, como por ejemplo cuando menaza el tálamo, en cuyo caso suelen producir déficit funcional severo, independientemente de su tamaño.
Normalmente los ACV hemorrágicos producen mayor déficit funcional y más mortalidad que los isquémicos, que sin embargo son por lejos los más frecuentes (85% según algunas estadísticas).
Los primeros pueden requerir una intervención quirúrgica para reducir la presión intracraneana causada por la hemorragia interna que puede hacer que se destruyan más neuronas.
Los isquémicos, en cambio se tratan en general mediante medicamentos que tienden a disolver los coágulos o trombos y a evitar la propagación de los mismos.
Alrededor de la lesión cerebral suele existir una zona de tumefacción, donde las neuronas no han muerto sino que el tejido se halla sujeto a fenómenos de tipo inflamatorio y a edema, que al ser tratada, determina la mejoría clínica del paciente.
«Dependiendo del tipo de ACV y del área afectada la indicación del tipo de rehabilitación que el paciente puede realizar para mejorar sus funciones», puntualizó Schapira.