San Luis: Víctima de bullying por ser vegetariano llega a la justicia

   Después de cerrar su comercio en Buenos Aires en el año 2000, Manuel Marti y su mujer empezaron a pensar en cumplir un viejo sueño: vivir en la montaña. Estaban lejos de anticipar que Merlo, San Luis -donde se mudaron en el 2005 para construir un centro de biocultura y hostería vegetariana en un paraje paradisíaco- se convertiría en un infierno para su hijo menor y toda la familia.

Al llegar, alquilaron una casa en el centro mientras avanzaban trabajosamente en el proyecto, que contemplaba energía eólica y solar, 250 frutales y paredes de piedra y adobe. Mandaron a sus hijos a una escuela católica vecina, la San Francisco de Asís.

Los años pasaron y el más chico de los Martí, llegó a tercer grado. Empezaron a llegar llamados de la dirección diciendo que no se integraba al grupo, que se mostraba agresivo con sus compañeros, que no se concentraba, que se lo veía aislado. “Cuando le preguntamos qué pasaba nos contestó que lo cargaban por ser vegetariano. Esa es nuestra forma de vida, nuestros chicos son vegetarianos desde la concepción”, aclara Manuel, que es presidente de la Unión Vegana Argentina.

“Cuando intentábamos hablar de las quejas en el colegio, nos decían que no pasaba nada, que eran cosas de chicos, que lo hiciéramos ver por algún psicólogo. Yo veía que mi hijo era perfectamente normal, y me resistí”, dice.

Solo y marginad

Pasó a primer año en el Monseñor Orzali, la escuela media de la misma institución. La psicóloga que lo trataba convocó a los padres después de algunas sesiones y les dijo que no tenía problemas de socialización, sino que le estaban haciendo bullying.

La profesional visitó el colegio dos veces e hizo recomendaciones que no fueron escuchadas. “Decían que iban a trabajar sobre el tema, pero en realidad no hacían nada”, se lamenta.

El acoso no se detuvo. Armaron una página de Facebook que se llamaba “Odiando a T”. con la cara de un monstruo. “Le decían Lechuguita, puto, mariquita. La agresión física deja marcas. En este caso no hay marcas visibles. Lo ignoraban, lo marginaban. Se anotó en una clase de teatro extracurricular y todo el grupo dijo que si él entraba, ellos no. Dos chicas quisieron apoyarlo y fueron amenazadas con sufrir lo mismo que él”, solloza Manuel. Los que al principio del proceso eran meramente testigos del maltrato, se sentían fuertes poniéndose del lado del acosador.

A tribunales

Los Marti decidieron iniciar una demanda contra las dos escuelas, contra los padres del acosador y contra el propio chico que asumía el rol de líder negativo. “Conseguimos un abogado que se comprometió con el caso, y que se documentó con antecedentes y jurisprudencia internacional . Está convencido de que el caso de nuestro hijo puede convertirse en un leading case”, se esperanzó.

El INADI, delegación San Luis sentó un importante antecedente en el 2013. Intervino fallando que el chico había sufrido discriminación efectivamente por su estilo de vida, es decir por ser vegetariano.

La depresión del niño se había tornado tan peligrosa que sus padres tomaron la determinación de cambiarlo de colegio. La elección fue la escuela EMEI. una institución integradora que aceptaba incluso chicos con capacidades diferentes sin problemas. Los Marti creyeron que los sufrimientos de su hijo habían terminado. Empezó a tener amigos y lentamente, salió de la depresión.

Cuando estaba en tercer año, Manuel se enteró que se estaba organizando un campamento en Aguas Blancas, una zona contaminada por una mina de uranio abandonada. Se comunicó con la docente encargada para expresarle su preocupación y le envió documentación sobre el tema. La actividad se hizo finalmente en otra localidad, pero la profesora dijo ante todos los alumnos que “Por culpa del chico y de sus padres no va a haber campamento”.

A partir de entonces, algunos compañeros de otros cursos empezaron a recriminarle al menor la conducta de sus padres.

En ese contexto, se le impuso a los padres del chico una restricción judicial de acercarse al colegio y a los domicilios de sus compañeros. Los padres tuvieron que sacarlo de la provincia para que terminara sus estudios. Ahora, lejos de Merlo, donde creció desde los 5 años, el chico se recupera de dos intentos de suicidio.

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