La Cámara Civil entendió que la ruptura del matrimonio fue responsabilidad exclusiva de la mujer y entre las causales incluyó adulterio, injurias graves y abandono del hogar.
Lo insultaba, le era infiel, no lo comprendía, ni lo trataba con delicadeza. Por todas esas cuestiones, la Cámara Civil decretó el divorcio de un matrimonio y responsabilizó exclusivamente a la mujer por la ruptura.
El fallo dictado por la sala J de la cámara determinó que las causales del matrimonio fueron “adulterio, injurias graves y abandono voluntario del hogar”. Es que la mujer, tras los maltratos que le propinó a su marido durante la convivencia, lo dejó para irse a vivir con su amante.
Las Juezas Zulema Wilde y Beatriz Verón dieron por probada “la falta de comprensión y delicadeza” en base a los argumentos brindados por el hombre, quien sostenía que su esposa su esposa lo sometía a «agresiones verbales, respuestas ofensivas y actitudes hostiles», lo que representaba «desconsideración y desprecio». Incluso, la propia mujer reconoció que durante las discusiones que mantenían “le decía boludo…cosas así”.
Las magistradas entendieron que las actitudes hostiles de la mujer habían excedido el límite normal de tolerancia y respeto “por lo que deben ser considerados hechos violatorios y configurativos de las injurias graves».
El tribunal tomó en cuenta, además, que la mujer le había sido infiel a su marido, cuando estaban distanciados, pero no formalmente separados. Ella, alegando que debía cuidar a su madre enferma en el interior del país, se mudó efectivamente a la casa de la mujer, pero con su amante.
Esa convivencia tampoco tuvo un buen desenlace: la propia madre de la mujer denunció a su hija y al amante por la usurpación de la vivienda que ocupaba, con el pretexto de cuidar de su salud.