Tatuajes: el daño inmunológico que todos ignoran

Los pigmentos de las tintas se almacenan en los nodos linfáticos más cercanos provocando inflamación cutánea y otros problemas a largo plazo.

Para hacerse tatuajes sin perjudicar la salud, la gente toma varias medidas antes de elegir un estudio; desde corroborar la calidad y esterilización del material a utilizar hasta investigar sobre la reputación del establecimiento y la habilidad artística de sus tatuadores.

Sin embargo, esa determinación puede provocar complicaciones en el sistema inmunológico con el trascurso de los años, según descubrió un grupo de científicos alemanes y franceses gracias a un sincrotón, el más avanzado dispositivo que existe para el control de desplazamientos de nanopartículas en tejidos.

Los efectos de los pigmentos del tatuaje en la piel

Se tiene constancia del arraigo cultural del tatuaje a lo largo de la historia de la humanidad. Las evidencias más antiguas de tatuajes fueron encontradas en 1991, cuando fue descubierto el “hombre de hielo” (Ötzi). Sus restos momificados, datados en 5300 años de antigüedad, presentaban 61 tatuajes sobre su piel. Un gran número de culturas antiguas utilizaron los tatuajes como símbolo de estatus social (Egipto, Grecia, la Antigua Roma), de significado bélico (Celtas, Vikingos) o incluso para contar historias familiares o creencias religiosas (Maoríes o Aztecas, entre otros). Durante la Edad Media y con la llegada del catolicismo se prohibieron los tatuajes y se trató de erradicar esta práctica ya que “mutilaban el cuerpo heredado de Dios”. Tiempo después, el uso de los tatuajes volvió a popularizarse entre marineros y delincuentes, siendo lucidos por bohemios y artistas de los bajos fondos. No fue hasta la década de los 60-70 cuando los movimientos “hippie” y “punk” elevaron los tatuajes a la categoría de arte corporal. La cultura del ‘tattoo’ se ha extendido ampliamente en los últimos años. Se estima que el 12% de los europeos y más del 24% de los estadounidenses están tatuados. Un estudio estadístico realizado en 2015 en Estados Unidos reveló que casi el 50% de las personas de entre 18-35 años tienen al menos un tatuaje y siete de cada diez personas tatuadas tienen más de uno. 

En un estudio que ha sido publicado en ‘Scientific Reports’ —una dependencia de la revista ‘Nature’—, el grupo de científicos explica el impacto de los pigmentos de la tinta empleada en los tatuajes, la cual contiene hollín, óxidos metálicos y sales.

Esas sustancias son poco o nada tóxicas si ingresan al organismo vía oral. No obstante, la respuesta inmune frente a determinados compuestos colorantes suele ocasionar un enrojecimiento de la piel que, muchas veces, dura mucho más que la reducida inflamación primaria.

En el mundo del tatuaje se utiliza ftalocianina de cobre para conseguir el color azul. Se trata de un compuesto orgánico que consta de un anillo macrocíclico con un átomo de cobre en su interior (el cobre es un metal pesado), que es susceptible de liberarse en el organismo si se rompe dicho anillo (degradación). Aunque este compuesto se considera estable a los cambios de temperatura y a la irradiación lumínica, apenas existen estudios de su comportamiento en el interior de seres vivos. Otro ejemplo es el diazo-pigmento naranja 13. Este compuesto, con coloración naranja, es una sustancia orgánica con dos grupos “azo” por los cuales se puede romper la molécula para dar aminas aromáticas, que son sustancias potencialmente peligrosas para el ser humano. Un estudio publicado en 2017 en la revista Scientific Reports muestra que la ftalocianina de cobre y el diazo-pigmento naranja 13, entre otros pigmentos utilizados para tatuar, viajan desde la dermis hasta los nódulos linfáticos más próximos.

Las zonas alteradas mostraron una alterada proporción de proteínas y una elevada presencia de lípidos, pero lo más significativo fue la acumulación de pigmentos en los nodos linfáticos.

Como resultado, el tamaño de esos ganglios aumentó y sus moléculas orgánicas sufrieron cambios mientras que, como los científicos no pudieron observar que salieran las nanopartículas dañinas con el flujo de la linfa, consideraron que se acumulaban ahí de por vida.

El sistema inmunológico percibe esos compuestos metálicos como cuerpos extraños, por lo que dicha acumulación permanente puede producir «inflamaciones cutáneas y otros problemas», resume el grupo de científicos germanofranceses.

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