Preocupación entre los vecinos porteños por una invasión de palomas

En Recoleta notaron una cantidad inusual de estas aves, aunque el problema ya se extiende a Retiro, Palermo y el centro. Sus excrementos dañan edificios y ensucian balcones, y cuesta ahuyentarlas. Las personas también se quejan por los ruidos, y hay temor por enfermedades.

Los expertos las estudian y advierten sobre ellas y sus enfermedades, las autoridades las respetan, la Ciudad y sus edificios las padecen, y muchos vecinos de Buenos Aires directamente las odian: son las palomas, que en esta época del año aparecen como una “plaga” que fastidia a quienes soportan a diario sus ruidos, su invasión en balcones y su suciedad.

En Recoleta ya les declararon la guerra, y durante los últimos días salieron a advertir que cada vez hay más. Pero como si esto fuera poco, la molestia se repite en barrios con alta densidad de torres, como Palermo, Retiro, San Nicolás o Monserrat. Y como no hay un método unificado para espantarlas -y por ley no se puede atentar contra ellas-, los vecinos apelan a distintas formas caseras y gastan mucho en aparatos que prometen ahuyentarlas.

Es que, pese a que son símbolo de la paz en todo el mundo, las palomas no siempre son bien queridas enla Ciudady en el caso de Recoleta es aún más evidente. Los vecinos de la manzana de Ayacucho, Peña, Junín y Juncal, por ejemplo, son los que más denuncias están haciendo. Para ellos, las palomas son pájaros de mal agüero y ya probaron de todo para sacarlas. Dicen que no las quieren en sus balcones porque ensucian y hacen nidos en las macetas, y cuando nacen los pichones se llenan de moscas y piojos.

Lilian Merazzi vive con su hija en un departamento de Ayacucho al 1300, y entre las dos ya están cansadas de verlas en su balcón. El contrafrente de su casa da a un gran pulmón de manzana, que se llena de estas aves durante todo el día. Algunas están sobre un árbol altísimo que en esta época del año tiene más pájaros que ramas, mientras que  otras revolotean entre un balcón y otro. Y cada tanto, algunas van y vienen para poner huevos en las macetas. “No puedo ni abrir las ventanas de mi casa. En una misma semana entraron tres palomas, y por eso no tuve más remedio que mantenerlas cerradas. Las veo golpearse contra el vidrio constantemente”, explica la mujer.

Dentro de esa manzana, los vecinos aseguran que ya probaron de todo para echarlas. Y todavía intentan con objetos en los que depositan altísimas dosis de fe: desde bolsas de plástico de súpermercado atadas a los balcones y rejas, que sirven para asustarlas con el viento, hasta CDs colgados de tanzas, que brillan con el sol y las espantan. A veces, también se escuchan bombas de estruendo. Y en algunos casos usan pegamentos que les provocan sensación de desequilibrio, o unos soportes con púas que evitan que se posen.

Por su parte, en una veterinaria ubicada en Ayacucho y Juncal dicen que muchas personas fueron a pedir veneno para palomas. “Están desesperados, pero yo también las  padezco, porque vivo a unas cuadras de acá y las veo en mi pulmón de manzana y en la plaza Rodríguez Peña. Para colmo ahí hay gente que les da de comer”, se lamenta Lía Ciocca en diálogo con el diario Clarín.

La mujer agrega que es la misma gente la que le sugiere productos: “Nos cuentan que hasta cuelgan bolsitas de tul con laurel y naftalina. Nosotros vendemos un repelente que cuesta 190 pesos, y hay que rociarlo todos los días. Otros venden aparatos de ultrasonido más caros. Aunque sería interesante que a las palomas las saquen sin fumigar, porque pueden afectar a animales domésticos”.

Pese a que las palomas pueden provocar diarreas, sinusitis, conjuntivitis, neumonías y otros trastornos, sus heces producen daños en edificios y sobre la pintura de los vehículos, y se reproducen sin control y a un ritmo frenético. Y hay más a su favor: la Nación tiene una ley que las protege, y la Ciudad no las considera una plaga.

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