Córdoba:Iba a denunciar por acoso a un comisario y un colega la mató

Olga-Beatriz-MecklerAntes de presentarse a declarar, recibió un tiro en la nuca en la seccional donde trabajaba. Agonizó 54 días. Pero pudo identificar a su agresor, un agente al que ahora condenaron a 27 años de prisión.

“Sentí algo que me dejó sorda, pensé que me había pegado una piña a la altura del oído”. Olga Beatriz Meckler (34), cabo de la Policía de Córdoba, describió así el instante que le costaría la vida. Su sensación resultó errónea, porque no la habían golpeado, sino disparado en la nuca. “Empecé a sentir rígidas las piernas y las manos, me empecé a doblar hacia adelante y vi que me chorreaba sangre en la camisa”, le contó la víctima al fiscal Walter Guzmán. Tras 54 días de agonía, la mujer, que había quedado cuadripléjica, murió. Quien le disparó fue su subordinado, Gustavo Baranosky (34), antes de declarar contra un comisario por acoso sexual. Ahora, un tribunal condenó al ex agente a 27 años de prisión.

A mediados de 2010, Meckler había denunciado al comisario de Alcira Gigena, Adelqui Benegas (44). Dijo que la había acosado sexualmente a ella y a otras agentes de menor rango. Según las fuentes, el crimen de la mujer se cometió p ara ocultar los reiterados hechos de este tipo “contra sus subordinadas”.

Días antes de presentarse ante la Justicia a cumplir con el trámite, el 14 de marzo de 2012, ocurrió el incidente trágico, mientras Olga estaba de guardia en la comisaría de Elena.

Cansada del acoso del “Sheriff”, Meckler, que vivía en Río Cuarto junto a su marido –también policía– y dos hijas, había pedido el traslado desde la comisaría de Alcira Gigena a la de Elena, ambos pueblitos del sur cordobés.

En Elena, ubicada a 147 kilómetros al sur de la capital provincial y a 70 kilómetros al norte de Río Cuarto, la suboficial recuperó algo de tranquilidad. Tenía una buena relación con su nuevo jefe, el oficial principal Ezequiel Pedraza. Pero recelaba del agente Baranosky, “quien solía llegar tarde y renegaba mucho de sus tareas ”, según lo describió la propia víctima ante el fiscal. También aseguró que Pedraza le daba protección al agente rebelde, “por lo que era inútil que presentara alguna queja”.

La noche del miércoles 14 de marzo de 2012, los dos policías estaban solos haciendo guardia en la comisaría del pueblo. La mujer policía le dijo al fiscal Guzmán que esa noche, Baranosky, que vivía frente al destacamento, se fue a cenar a su casa. Tras esperarlo una hora y media “lo llamé por handy y le dije que también debía cenar, que viniera porque lo estaba esperando”, relató.

Cuando el agente regresó se produjo una tensa discusión: “Fue un intercambio de órdenes y él se exasperó”, declaró Meckler bajo juramento. Y cuando subió al móvil policial –una camioneta Chevrolet S10– por el lado del conductor, cerró la puerta y se inclinó para correr el asiento hacia adelante. En ese momento, Baranosky le apuntó con su arma reglamentaria y disparó. El tiro le dio en la nuca.

Desde el patrullero, la víctima alcanzó a ver que su atacante la dejó sola, abandonada, y corrió hacia dentro de la comisaría. También declaró que quiso pedir ayuda, pero no le salió la voz. Minutos después llegó Baranosky, se acercó y la miró. Ella perdió el conocimiento.

La mujer policía fue trasladada a una clínica de Río Cuarto y posteriormente la derivaron al hospital regional San Antonio de Padua. Durante su internación, en medio de lo cual su hija mayor cumplió 15 años, Meckler ratificó ante el fiscal que el disparo “ fue intencional, no fue accidental ”. Aguantó hasta el 7 de mayo de 2012, cuando murió tras casi dos meses de agonía.

A lo largo de la investigación y en el juicio –comenzó en mayo pasado y terminó el miércoles–, el policía sostuvo su versión y finamente les pidió disculpas al viudo y a sus chicas adolescentes. ”Lamento mucho lo ocurrido. Ojalá don (Germán) Fenoglio y sus hijas encuentren consuelo”. Sobre el hecho, se aferró a su testimonio: “Olvidé mi pistola en el móvil. Cuando la fui a buscar, Olga la manipuló y se produjo un disparo accidental”. Nadie le creyó.

Por Gustavo Molina

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